viernes, 20 de noviembre de 2009

martes, 13 de octubre de 2009

PARA DISFRUTAR...

Un río en busca de un país
Por: Claudio Cerri

Dicen que el amanecer brasileño se hace un poco más bello cuando se acerca al San Francisco. En algunos minutos se va a saber si es verdad. Ya casi son las cinco y media y el día empieza en el puerto del pueblo bahiano de Barra, situado arriba del embalse de Sobradinho, casi a mitad del camino entre la naciente del río, en Minas, y su desembocadura, en la frontera de Sergipe con Alagoas. Una canoa se anticipa y estrena el río, en una síntesis desesperada de ruptura e integración. El remo hiere el satín dormido del agua y hace resbalar el casco de jatobá por la brecha angosta de tiempo que antecede a la mañana. Conduce la canoa el ribereño Lauro de Assis, que lleva en la proa a su compañero inseparable: Mata Grande. El flacuchento perro callejero vive en el mercado del puerto, pero llega diariamente al muelle. El encuentro entre los dos se hace a la manera de los sertanejos2 – una camaradería discreta y silenciosa que no requiere de más nada. Cuando el barquero aparece, Mata Grande ya le espera. Huele la arena, corre por todo el muelle, mea y bebe agua. Se embarca entonces sin mojarse las patas, por una plancha sobre las canoas, con la ayuda de su amigo. En tierra nadie daría nada por él. Pero a bordo, Mata Grande adquiere la imponencia de una carranca vigilante y protectora. Cuando finalmente parten, forman el cuerpo único de una apuesta que flota sobre el día, el pescado y la vida. El pescador, el perro y el río irradian esa complicidad que confronta las leyes poderosas de la fragmentación contemporánea. Juntos componen una escena referencial de fuerte cohesión simbólica, en la cual elementos como tiempo, territorio, búsqueda y pertenencia se entrelazan y dan sentido a una palabra cada vez más esquiva y que a muchos ya suena casi como un estorbo: identidad. Por más que la ignoremos, ella sigue martillando dentro de nosotros. Mata Grande y Don Lauro desaparecen en la curva de este amanecer que confirma las sospechas de predilección por el legendario río brasileño. Dejan, sin embargo, un rastro de preguntas, y son ellas las que van a puntuar el resto de nuestro viaje. ¿Existe una singularidad brasileña? ¿Cómo puede ella influir en la travesía del siglo 21? ¿En un mundo de fluidez y disolución, es posible hablar de valores colectivos? ¿Es posible vivir sin ellos? ¿Cómo es que todo esto tiene que ver con la geografía, el pueblo y la cultura de estas barrancas del río y del resto del país?
Brasil ha agotado la agenda de sus 500 años sin haber logrado renovar la percepción so-bre estos temas. No es un caso aislado. Las agendas nacionales, por lo general, se des-materializan porque el futuro se tornó una prerrogativa del mercado. La memoria – como la geografía, la cultura y hasta la población – dejó de ser interlocutora respetada del pre-sente, y por ende, del futuro. “Con la globalización – enseña el profesor Celso Furtado – el Estado nacional pierde soberanía, pero continua ejerciendo funciones administrativas, sintonizadas con la lógica financiera internacional. Es una forma de satelización. La pérdi-da de soberanía es particularmente grave en países con gran heterogeneidad social, co-mo el nuestro”. Paraibano de Pombal, Celso Furtado mira al Brasil con la autoridad pene-trante de sus ojos azules sertanejos y no esconde una cierta angustia en la voz. Él es una de las más grandes referencias en el pensamiento económico brasileño. Cumplió ochenta años en julio, con una maratón de conferencias y seminarios para retomar los términos de una discusión difícil sobre el tema de su vida: la lucha por el desarrollo. Es decir, la lucha contra del subdesarrollo brasileño. Lo sintetiza una vez más, con claridad pedagógica: “Un modelo que tiene su dinámica basada en patrones de consumo de las sociedades ricas, genera necesariamente dependencia y tensiones estructurales. Mantenerlo supone la exclusión de una mayoría, en beneficio de pocos.” Dicho en otras palabras, es una má-quina de moler esperanzas, en la cual el acelerador de la riqueza acciona el freno de la distribución. Y la internacionalización produce la concentración. Pero no es fácil encontrar alternativas. De nada sirve buscarlas en la lógica economicista, advierte Furtado, cada vez más un pensador de lo humano, cada vez menos un rehén de los números. El reto, a su entender, requiere de una revisión de valores, que enfrente la primacía del mercado y restablezca la subordinación de lo económico a su condición de medio destinado a servir a un fin primordial: la reconciliación del desarrollo con el humanismo. El fatalismo tecnológico atropella y escamotea este debate, vital para revertir una disociación cada día más tensa; descalifica la necesidad imperiosa de una redistribución del ingreso capaz de devolver un sentido de armonía a la idea de progreso, inclusive el brasileño. El precio de este estancamiento es enorme.

Brasil oficial. Uno de los rasgos característicos de la identidad brasileña es la desigual-dad. Una perversión de asimetría casi perfecta: la mitad de la riqueza (47,5%) está con-centrada en las manos de 10% de los habitantes; la mitad de los habitantes disputa el 13,5% de la riqueza. Peor que eso: La economista Tania Bacelar, de la Universidade Fe-deral de Pernambuco, estudia el núcleo duro de esta dualidad: el Nordeste. Su conclusión es que las raíces estructurales del fenómeno condicionan al país en una convivencia pa-radójica de desarrollo con regresividad social. Desde 1965 hasta fines de los años ochen-ta, por ejemplo, el Nordeste presentó un dinamismo económico superior al de los países más ricos del mundo. “La miseria sin embargo ha cambiado muy poco en este período, lo que significa que es posible avanzar económicamente y modernizar una sociedad sin me-jora social equivalente” advierte ella. El pasado esclavista fue la matriz seminal de esta conjunción esquizofrénica. Institucionalizando la convivencia entre desigualdad racial y apogeo mercantil, el esclavismo fue el estadio fundador de lo que vino después. En 1887, en vísperas de la Abolición, los liberales brasileños preveían un país en el cual la Repúbli-ca y la esclavitud coexistieran. “Antes, se intentó combinar cristianismo con esclavitud. El resultado fue una sociedad formalmente cristiana y una práctica opuesta. Después, libera-lismo con esclavitud, con libertades civiles sólo para la minoría. Finalmente, se asoció desarrollo con desigualdad estructural, con enorme concentración de la riqueza”, dice Emilia Viotti da Costa, autora de un libro indispensable para la comprensión del nacimien-to oficial de este Brasil que rechaza el pueblo: Da Senzala à Colônia.
Parece claro que el país inspirado en Don Lauro y Mata Grande no existe completo en ningún sitio. Ni en el pasado ni en el presente. Hace falta buscarlo a trozos, en la cosecha menuda de las palabras, como se dice en el sertão. Sin romancear una identidad pura y profunda, ni diluir la historia en determinismo telúrico, sino atento a las posibilidades con-tenidas en el entrelazamiento de la población con la cultura y el espacio, prohibidas por la óptica desterritorializada de un cosmopolitismo provinciano. Las partes van surgiendo aquí y allí en un punteo de guitarra, en la urdimbre de las charlas en las orillas, en los si-lencios rumiados a lo largo de muchas carreteras y mucho polvo.
En la orilla del agua o en el atardecer encarnado del sertão, el que teje la trama y decide pedir un poco más de calma o seguir viaje es él, el río. Cuando el caso en cuestión es Brasil, el San Francisco evoca su privilegio de maestro cuentero, de dueño de la más na-cional de todas las narrativas. En su cauce, viaja un río de historias (Ver la parte 6, “ESTACAS DE DIGNIDAD”). No solo porque atraviesa cinco Estados (Minas, Bahia, Pernambuco, Alagoas y Sergipe), conecta el Sudeste al Nordeste, el fechado a la caatin-ga, lo rico a lo pobre, alberga el 7% del país, 420 municipalidades y 97 pueblos en su ribe-ra. También es por todo ello. Pero, sobre todo, lo que le confiere ese talento privilegiado es algo más grande que sus 2.700 kilómetros de aguas empujadas desde la fuente de la Canastra en Minas Gerais, a 1.600 metros sobre el nivel del mar, hasta la desembocadura en la punta de Cabeço en Alagoas - capítulo oceánico de esa aventura sin fin. La prerro-gativa de enseñar y guiar a quien le busca es la corriente más profunda de todas las que buscan su vertedero sertanejo: la corriente de la historia brasileña. Ella lo convirtió en la principal referencia hídrica del país a lo largo de cinco siglos. Lo usó para ocupar el territo-rio agreste. Hizo de él carretera, energía activa, alimento abundante y, sobre todo, enseña fluida de una promesa de integración jamás erigida en práctica verdadera. Hoy de nuevo, como ayer, se le atribuye la misión redentora de saciar el sertão sediento de agua y de justicia (Ver la parte 4, “CAMINOS DE LA INTEGRACIÓN”). Como si él fuera la costura de nuestras dubitaciones y pendencias, el San Francisco asume el encargo. Y se echa des-de 180 metros de altura en la Cascada de Casca d`Anta, en São Roque de Minas, en busca de un destino para cuyo flujo es personaje, cronista y escurridero.

Río solidario. Imposible disociar la imagen del río de esa idea de búsqueda. Su desem-bocadura fue descubierta el 4 de octubre de 1501, día de San Francisco. Como el santo que le dio el nombre y que nació en una rica familia italiana, pero selló su conversión des-echando todos sus bienes para dedicarse a los pobres, la cartografía del río registra un itinerario semejante. Se desplaza desde el Sur desarrollado hacia la extremosa caldera nordestina. Es un chorro solidario - y solitario. El único gran vertedero que interconecta la cisterna brasilera formada por los suelos porosos de los chaparrales, y el paisaje convul-sivo del semi-árido más poblado del planeta, que habitan 16 millones de personas. Por cuenta de la geografía y del relativo ostracismo en los grandes ciclos nacionales - oro, azúcar, café, industria y, ahora, la globalización misma - su valle se ha vuelto también un abrigo generoso de supervivencias culturales (Ver la parte 5, “CAJITA DE MÚSICA”). La miseria y la descomposición ecológica amenazan resecar esa corriente valiosa, pero ella aún late en los caboclinhos, batuques, roncadeiras, são-gonçalos, carneiros, catiras y fo-lias de reis (Ver la parte 7, “CORRIENTE DE FE”). Es una constatación inexorable: la identidad tiene siempre una componente geográfica, cuya ruina denuncia el desplaza-miento de un país con relación a sí mismo. “Una cosa no existe sin la otra”, dice Sávia Dumont, escritora e ilustradora que coordina el proyecto Camino de las Aguas. “El uso sostenible del río y la preservación de las tradiciones locales son lados de una misma moneda.” La iniciativa que ella lidera, apoyada por el Ministerio de Medio Ambiente, reco-rrió el San Francisco este año para incentivar la creación de comisiones municipales de gestión de la cuenca. La medida está prevista en la nueva Ley de Aguas y puede favore-cer la intervención de las poblaciones ribereñas en la vida del río. “El primer paso para llegar a una comisión única del San Francisco es el despertar de la conciencia ecológica en las municipalidades. La puerta de entrada para ello es la cultura local”, dice Sávia.

Memoria viva. El San Francisco ya perdió el 95% del bosque de las riberas en su parte alta. La deforestación de las orillas se repite por todo el trayecto. El norte de Minas fue incorporado a la economía a mediados de los años 60, con la construcción de la carretera Belo Horizonte - Brasilia: el 75% de la vegetación de la región se encuentra destrozada. Después de Três Marias (1960), grandes embalses seccionaron su curso en los años 70, coincidiendo con el crecimiento de la irrigación y la disminución de las especies de pira-cema3 (Ver la parte 3, “LIBERTAD HERIDA”). El occidente bahiano se volvió un polo agrí-cola en la década de 80. En Minas, en los últimos 20 años, el 50% de los chaparrales fue transformado en carbón. La siderurgia consume allí 6 millones de toneladas anuales del oro negro - 40% de las cuales viene del corte de la floresta nativa. El resultado es una erosión diluviana, que arrastra 18 millones de toneladas de suelo hacia el cauce del San Francisco todos los años. Esto equivale a un cargamento de 2 millones de camiones. En Lagoa da Prata, Minas, a poco más de 50 kilómetros de la naciente, las cosas se hacen más explícitas. El nombre del municipio sugiere la existencia de marismas, reductos estra-tégicos del metabolismo acuático. Así era. “En el período de la reproducción de los peces, los cardúmenes iban rizando las aguas, rumbo a las nacientes” recuerda el pescador Al-bertino de Deus. En 1983, una encuesta identificó 32 lagunas de reproducción en el muni-cipio. Quedan nada más que ocho. La de Brejão no está incluida entre las que sobreviven, aunque su papel era decisivo. Durante la estación de las lluvias se desparramaba en una marisma de 500 hectáreas que interconectaba diversas guarderías con el río. Las fábricas de azúcar drenaron el terreno y plantaron caña. Los buritis que quedaron agonizan. “Hace 20 años que no venía aquí”, dice Don Albertino, inconsolable. “No me gusta ver” - las lá-grimas insinuándose detrás de los lentes de sol.
¿Qué hacer cuando grandes referencias culturales, geográficas y económicas parecen girar sin equilibrio, como si el barco de Don Lauro y Mata Grande encallara en la corrien-te? “Hay que contar historias para no morir. Hacer como Scherezada, la concubina de las Mil y Una Noches que cambiaba cuentos por su supervivencia del día siguiente”, dice el abogado Olavo Celso Romano. Verdadera enciclopedia de historias que él colecciona, publica y recuenta hace más de 20 años (ver la sección Leitura, Globo Rural 179, sept. 2000), Romano habla de lo que conoce: “Vine del campo a la ciudad a los 16 años. Viví en mi piel el desarraigo, que hoy es cosa planetaria. La globalización necesita un mercado de mil millones de consumidores. Es de buen tamaño para los dueños del mundo. Pero si somos 6 mil millones, hay 5 que sobran. Las personas buscan ansiosas su espacio. Echan de menos un sitio donde nunca han estado. ¿Es un sitio? No, un regazo. Un calor-cito de hogar, tiempo para cavilar, acogida”, piensa en voz alta. Ya publicó cuatro libros. Prepara el quinto. El tema es el compadre, ya muerto, Manuelzão - alter ego de Guimar-ães Rosa en Grande Sertão: Veredas. “Manuelzão conoció cinco estados en burro. Solo pedía información para las próximas tres leguas. Era el límite de lo confiable. La escala del mundo era de tres leguas. Hoy día todos los espacios están pegados. Pero solo existe espacio para fuera; falta espacio para dentro. El sertão es eso: sertão es recogimiento. Por ello la seducción que ejerce, así como las historias que se cuentan sobre él” dice el escritor. La charla acontece en la Escola Mineira de Viola. Hay alumnos de todas las edades y profesiones. Este consulado sertanejo está enclavado en el mercado central de Belo Horizonte, justo en el corazón de la ciudad. La naciente del San Francisco está 350 kilómetros lejos de allí. El sertão, o lo que queda de él, está aun más lejos. Sin embargo la música ocupa el recinto, como si el polvo de la nostalgia encandilara las fronteras y el sonido del berrante 4 nos recordara que la memoria es también un pedazo del futuro.

Local y global. La erosión cultural disuelve esa parcela del futuro responsable por la sin-gularidad. Por ello, perderla es un poco como morir en vida. El secuestro del territorio por el mercado actúa en el mismo sentido (Ver la parte 2, “ANTES DE LA MEMORIA”). “Los lugares se alienan de sí mismos. Se vuelven obedientes a la distancia. Sea a la bolsa de Chicago o a los patrones de manejo ambiental destructivos”, dice el geógrafo Milton San-tos, de la Universidad de São Paulo. En todo el mundo hay un redescubrimiento y una valoración creciente de las singularidades locales que proyectan su importancia en el futu-ro. Es un doble efecto de la globalización: de un lado, resistencia a la lógica de dilución; del otro, la incorporación de avances tecnológicos que ella propicia. La mezcla de identi-dad, la compactación de distancias y la multiplicación de los accesos reinscriben la sobe-ranía comunitaria en la agenda del Siglo 21. Y sugieren una nueva opción a la dicotomía clásica entre el viejo separatismo conservador y la integridad nacional. “Se puede pensar el futuro como una nueva federación de lugares, que radicalice la democracia y preserve las identidades locales. Una constelación de identidades así entrelazadas funcionaría co-mo una barrera a la velocidad y al desvarío de la globalización”, completa Milton Santos. La especulación del maestro, que tiene más de 30 libros publicados y fue galardonado con el Premio Internacional de Geografía Vautrin Lud, una suerte de Nobel en el área, incorpora la dimensión positiva de la fragmentación moderna, lastrada en la ampliación de las intersecciones físicas y culturales. Pero recusa la anomia y el destrozo derivados de la lógica exclusivista del consumo y del dinero. Territorio para el maestro no solo es un ma-pa. Así como el San Francisco no solo es un río. Y un pueblo no es un mercado, sino una interacción de gente, cultura, trabajo, memoria, política y fe –articulados en unidades de poder local. Un poco como el viejo pescador y su fiel compañero Mata Grande, que zarpan diariamente del puerto de Barra, allá en Bahía, apenas el sol toca la oscuridad. En tierra, nadie da nada por ellos: un viejo y un perro callejero. Pero, juntos, entrelazados al río y la camaradería que les une, ¡qué bella apuesta al futuro ellos simbolizan!

miércoles, 9 de septiembre de 2009

SECUESTRO AVIÓN EN MÉXICO

¿Cómo consideras que fue la difusión de la información sobre el secuestro del avión en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México? ¿Es válido sacrificar la precisión por la primicia como lo hicieron algunos medios? ¿La información proporcionada en "tiempo real"fue diferente a lo que realmente sucedió? Y por último, ¿Consideras que este suceso pudiera tener algún trasfondo, o las autoridades y los medios nos han dado a conocer toda la información puntualmente?

viernes, 4 de septiembre de 2009

LA PUNTUACIÓN

• No están relacionados con la entonación o pausa de frase necesariamente
• Están ligados a sintaxis, y la semántica

LA COMA

1. Dos o más partes de una oración , cuando se escriban seguidas y sean de la misma clase, se separarán con una coma
Juan, Pedro, Antonio

• NO CUANDO HAYA CONJUNCIONES Y, NI, O
Bueno, mal o regular
Ni una ni otra cosa

Sí se utiliza cuando no se habla de la misma cosa con Y
“ EPN viajó a Michoacán, y mañana visitará al congreso local.”
Llegó la policía estatal, la municipal, la federal, y el ladrón corrió …

2. En una cláusula con varios miembros independientes entre sí
Después del tiroteo todos corría, todos estaban aterrados, y ninguno quedó en el lugar

3. Las oraciones que suspendan momentáneamente el relato principal
◦ El procurador, en conferencia de prensa, dijo que implementarán un operativo…

4. El nombre en vocativo
◦ Juan, escucha/ Óyeme, Juan/ Repito, Juan, que me escuches

5. Cuando se invierte el orden de la oración
◦ Antes de dos meses, darán a conocer los resultados..

6. La elipsis del verbo
◦ Usar violencia con mujeres es terrible, con niños, imperdonable.
◦ Jamás entre sujeto y verbo
◦ Bazbaz, acudió al evento.
◦ La coma distribuye dependencias
◦ El ministro no reparaba en elogios el año pasado, cayó enfermo.
◦ Ultrapuntuación
◦ Pedro es, mayor que Juan
◦ Después de luego
◦ He ido sin comer. Luego volveré hambriento (por tanto)
◦ He ido sin comer. Luego, volveré hambriento. (después)
◦ Cambia significado
◦ Pedro, ¿está Juan aquí?
◦ No está aquí
◦ ¿No está aquí, Pedro?
◦ No, está aquí
◦ Aznar pidió orden durante su discurso.
◦ Durante su discurso, Aznar pidió orden.
◦ Cargos
◦ Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México, dijo que …
◦ USAR LAS NECESARIAS

PUNTO Y COMA
1. Para distinguir las partes de un periodo en las que ya hay alguna coma
◦ Intenté buscar trabajo; pero sin papeles, sin familia ni amigos es muy difícil sobrevivir.

2. Entre oraciones coordinadas
◦ La reunión de Gobierno terminó en seguida; sin embargo, se aprobaron muchos proyectos.

3. Cuando una oración sigue a otra precedida de una conjunción
◦ Nada detuvo a los asaltantes hasta que la policía abrió fuego; y todos los presentes se refugiaron en el establecimiento.

4. Cuando después de varios incisos separados por comas la frase final se refiere a todos ellos.
◦ El frío, la lluvia, el tráfico y la neblina; todo ello demoró la llegada de mandatario a la audiencia.

5. Relaciones de nombres con sus cargos
◦ Asistieron Felipe Calderon, Presidente de la República; Enrique Peña Nieto, Gobernador del Estado de México; Elba Esther Gordillo, líder del Sindicato Nacional de Maestros , y el procurador.

DOS PUNTOS
1. Ante una enumeración explicativa
◦ Vinieron dos equipos de emergencia: el Suem y la Cruz Roja

2. Cita textual
◦ El procurador declaró: “Ésta es una situación que nadie quiere ver”

3. Cuando una oración demuestra lo establecido en la precedente
◦ Los retos del estado han cambiado: ahora nos enfocaremos al tema de seguridad pública.

OTROS SIGNOS

 Comillas: cita textual, lugares comunes
 Guión: aposición
◦ Se esclarecerán todos los feminicidios- que suman más de 134- que han tenido lugar en territorio mexiquense, explicó el subprocurador.
 Puntos suspensivos: interrumpen el discurso
◦ Llegaron los primos, tíos, hermanos…. a presenciar el enlace matrimonial.

lunes, 24 de agosto de 2009

¡Bienvenidos!

Jóvenes, es para mí un placer darles la bienvenida a este curso de prácticas periodísticas en donde abordaremos distintas temáticas sobre el ejercicio de esta profesión maravillosa y apasionante. Este blog es un espacio creado para ustedes y será una plataforma que nos servirá como foro para discutir temas de actualidad. Asimismo, en este blog serán publicados los mejores trabajos realizados durante el semestre. Les deseo lo mejor y no se olviden que este espacio es suyo y espero que lo enriquezcan con aportaciones interesantes.
Gabriela Ramírez

El Mejor Oficio del Mundo

Gabriel García Márquez *

A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: "Los periodistas no son artistas". Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.
Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.
El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años - siendo el peor estudiante de derecho - empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.
La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo - como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.
La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.
Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.
La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.
Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.
No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. "Ni siquiera nos regañan", dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.
Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.
Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.
Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma - sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.
Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite - como un loro digital - pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.
La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.
Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.
El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.
Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica - reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras - bajo la dirección de un veterano del oficio.
En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.
La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado - que escasas veces puede ser de más de una semana -, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.
Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señalo muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomas Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnifico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Angel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.
Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.
Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.
Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.
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* Gabriel García Márquez es periodista y Premio Nobel de Literatura. Estas son las palabras pronunciadas ante la 52a. asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa en Los Angeles, California, el 7 de octubre de 1996; el texto forma parte de la Biblioteca de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y se reproduce con la autorización expresa de su director, Jaime Abello Bonfil.